Recuerdo el día que llegó mi madre a casa y me dijo que mis profesores le habían recomendado que me llevaran a un psicólogo. Recuerdo cada pensamiento negativo que me vino a la mente acerca de mis profesores, de mi madre y sobre todo, de mí. En teoría el principal motivo de ir a una psicoterapia fue porque: “eres demasiado introvertida y tienes que valorarte más”.
A medida que fueron avanzando las sesiones con Cristina, te vas dando cuenta de que esos “problemas” que inicialmente resultaron ser “problemas” pueden ser incluso virtudes y empiezas a tratar temas que nunca pensaste que te podían estar afectando.
Hubo un día, en el que me dijo que íbamos a hacer un ejercicio que se llama EMDR (Eye Movement Desensitization and Reprocessing). He de decir, que al principio pensaba que no servía para nada el hecho de estar mirando de un lado para otro o el coger un aparato que iba alternando las vibraciones en las manos. Pero con la práctica y la confianza en ese ejercicio, mi mente empezó a relajarse y a dejar venir los pensamientos e imágenes que tuvieran que venir. De empezar la sesión con un pensamiento negativo, la acababas con un pensamiento totalmente diferente y positivo. Además, te vas dando cuenta de los efectos a nivel fisiológico y social que tiene como el dormir mejor, menos sensación de ahogo y agobio y las situaciones que antes veías como imposibles, se van convirtiendo en objetivos alcanzables.
La conclusión a la que llegué es que el EMDR es como un chivato y te saca todo lo que tienes dentro. A veces son lágrimas, otras miedos pero todo acaba desembocando en sensaciones buenas.
He llegado a valorarme, a quererme y a conocerme, se lo que quiero en mi vida y lo que no, conozco las situaciones que me dan miedo pero tengo mis medios para superarlos. Solo se necesitan ganas y esfuerzo.