Creo que debería empezar diciendo que la persona que me motivó a comenzar la terapia fue mi madre. Supongo que cuando uno está mal, son las personas que nos quieren las que más se dan cuenta de ello.
Después de meses de constantes discusiones en casa, así como de una relación traumática con el que ahora es mi ex-novio, mi estado psicológico y emocional era insostenible. Sin embargo, creo que esa relación no fue más que el desencadentante de una serie de problemas y crisis que ya venían de muy atrás.
También debo decir que aunque fue duro, es decir, nunca es fácil darse cuenta de los defectos y temores de uno mismo, creo que la terapia fue una de las mejores cosas que he hecho en mi vida. Cuando miro al pasado y pienso en aquella relación, en lo positivo y negativo que pude sacar de ello, tan sólo pienso que gracias a ello, gracias a tocar fondo, decidí ir a terapia, por lo que conseguí corregir y mejorar muchas cosas que no sabía ni que existían.
Sin embargo, la terapia también me ayudó no sólo a conocerme a mi misma mejor, sino a entender y empatizar con la gente que me rodea. Comienzas a darte cuenta del motivo, muchas veces inconsciente, con el que actúa la gente, por lo que llegas a comprenderlos.
Creo que a día de hoy, y gracias a meses de terapia, soy una persona distinta: más comprensiva y empática no sólo con los demás, sino conmigo misma. Sin embargo debo decir que no es algo fácil: requiere trabajo, empeño, tiempo y ganas de mejorar, pero eso sí, al final, merece la pena.