Cuando un año nuevo comienza, nuevos propósitos y deseos surgen en las personas. Siempre que se llega al final de una etapa y se abre otra es un buen momento para proyectar todo aquello que queremos conseguir o cambiar.
¿Pero cuántas veces lo conseguimos? ¿Cuántas veces nos hemos propuesto en el comienzo de año multitud de cosas y se han hecho relidad? Hacer deporte, ahorrar más, abandonar malos hábitos como fumar, perder peso, leer libros pendientes, disminuir el estrés, etc..
¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué muchas veces no se consigue?
Aquí van algunos consejos para hacer relaidad los deseos de año nuevo:
- Lo primero y más evidente lo encontramos en el uso del lenguaje y la repercusión del mismo. La palabra «deseo» implica algo que no tengo y que me gustaría tener. Por tanto, cuando en mi pensamiento incluyo literalmente la palabra «deseo», si observamos la sensación, se parecerá más a una emoción de frustración o inquietud, ilusión por tenerlo y desazón porque no se tiene.«La mente proyecta y atrae aquello que contiene». Este efecto ha sido denominado por la psicología tradicional como «profecía autocumplida». Por tanto, es importante ajustar el lenguaje de nuestro pensamiento.Observemos qué sucede si cambiamos la palabra «deseo», o «me gustaría» por un verbo que no implique futuro, sino presente: «Este año elijo acudir al gimnasio dos veces por semana».
Para ajustar el leguaje de nuestro pensamiento también es importante:
Ser realistas. Es decir, ajustar la expectativa. Por ejemplo, si me digo: «de aquí a febrero me pongo en forma», va a ser muy difícil de cumplir, y por tanto si llega febrero y no se ha conseguido nos podemos sentir incompetentes o frustrados.
Que el mensaje sea positivo. Sin incluir la palabra «no». Por ejemplo: «este año no dejaré de ir al gimnasio como el pasado», lo cambiamos por: «este año elijo hacer deporte».
- El siguiente paso es definir cómo. Cómo voy a conseguir mi objetivo. Definir los pasos lo más exactamente posible, y cuándo se van a ir realizando esos pasos en el tiempo.por ejemplo:
- Buscar gimnasio – El lunes por la mañana.
- Elegir actividad – Lunes por la mañana.
- Llamar y apuntarme – Martes por la mañana.
Sería conveniente apuntarlo.
- El sentido negativo de la obligación: «tengo que», «debo». En muchas ocasiones nuestra mente transforma un propósito en una obligación que nos autoimponemos. Lo podemos detectar fácilmente observando cómo nos hablamos a nosotros mismos. Cuando el autodiálogo incluye un «tengo que» o un «debo», observemos qué sentimos automáticamente. Siguiendo nuestro ejemplo observa: «tengo que hacer más ejercicio este año».Es muy probable que notemos como un peso, un mandato, cierta frustración. Ante este efecto se puede producir una rebelión subconsciente por sentir una imposición o un mandato cuya consecuencia es que cada vez se alargue más y más realizar nuestro propósito, o bien, si hemos comenzado a realizarlo, se puede ir perdiendo la motivación y se abandona.Si detectamos que esto sucede el ejercicio consitiría en lo siguiente:
- Primero observar cómo nos estamos hablando para detectar si existe algún «tengo que» o «debo».
- Cambiar de nuevo el verbo por uno liberador y más efectivo como puede ser «elijo».
- Ser concientes de que «no estamos obligados». Lo que muchas veces podemos interpretar como una obligación, suele ser una oportunidad. Cambia la sensación de obligación autoimpuesta por la de oportunidad, de desarrollo, de sentirme mejor, de cuidarme, etc.
- Sentir la certeza. Nada de lo que nos programenos se cumplirá, si no lo sentimos, si no sentimos que realmente se puede conseguir. En ocasiones nuestra mente quiere una cosa, pero el corazón siente otra. Es importante que ambos estén de acuerdo, puesto que, auque parezca extraño, la mente no es la que elige. La emoción que sintamos es la que acaba decidiendo.
Para todo lo que hagamos en la vida es muy importante que ambos estén en consonancia. Cuando no lo están entramos en conflicto, puesto que no hay coherencia.Para poder llegar a sentir que podemos lograrlo, nos visualizaremos habiéndolo conseguido. El ejercicio es simple. Nos sentamos cómodamente, relajados, y nos concentramos unos minutos en imaginarnos a nosotros mismo realizando lo que hemos programado observando lo que sentimos mientras lo realizamos. Imaginemos los detalles de la escena: estamos solos, acompañados, hay sonido, cantidad de luz, hace calor frío. Imaginemos a continuación a quién sería la primera persona a quien se lo contamos.
Estos son los cuatro pasos fundamentales. Ahora sólo queda eligir lo que se quiere programar y comenzar.